Al parecer los días grises nos han alcanzado por completo. Es casi imposible salir y ver al cielo en busca del sol. Se extrañan esos “atardeceres gloriosos” de los que hablaba Mendez o los amores de verano que tanta emoción efñimera nos dan. Pero así es Lima. Cada invierno llega más fria, más gris, más insegura. Sin embargo es impoosible no entregarse a ella. Muchas veces de forma resignada, y tan solo en unas cuantas ocasiones con afeecto.
Pero hay algo que ha estado pasando por mi mente estos días. Algo que no concibo y no logro entender: Que entre mis días más ansiados están esos que acontecieron en días grises. Es absurdo pensar que solía amar los días grises, que era feliz cuando el sol se ocultaba y parecía lejano. Que pedía a gritos cada verano que me devolvieran “esas tardes de inspiración”. Esas tardes de niebla y garúa que me enaltecían el alma.
Hoy ya no es más así. La palabra “invierno” me da alergia y el cielo gris de Lima simplemente se me hace absurdo. No creo más en los inviernos.